jueves, 5 de septiembre de 2019

Historia de las cosas pequeñas

    Hoy 5 de septiembre estuvimos reparando cencerros: un campano para vacas y una esquila de cabras. El campano perdió el badajo hace tiempo y tenía el collar partido. La esquila también se quedó muda y el collar se perdió, deshecho, por los jarales.


    Otro 5 de septiembre, pero de 1957, una joven, con 19 años cumplidos en julio, entró en una tienda de bolsos de la madrileña calle Almansa. El  intercambio de regalos propio de los noviazgos haría que Alfredo, por sus 25 años, recibiera el 10 de septiembre un cinturón de cuero...duradero.

    65 años después la "novia" y el hijo de la novia distribuyeron el cinturón ya deteriorado para engalanar a Agustina y Arlequín.




   La hebilla fue a parar al collar y la trabilla, para sostener la esquila portuguesa de bronce que Carmen regaló a Mario, un lunes de mercado de un estrenado milenio en la Plaza de Elvas, la alentejana.





    Con el resto hubo para preparar el campano de la vaca. Se recortó la "castigaera", la pieza de cuero alargada con dos orificios en los extremos para sostener el pasador del que cuelga el badajo.

Una rama de jara aportó, una vez labrada una punta en un extremo y un rebaje central, el "pasador" imprescindible.





    También dio el cinturón para recomponer el viejo collar partido, reatando con cordones pasados por taladros, las partes a remendar, y, además, para asegurar al propio collar la lengueta recolgona de su extremo .








    Fue finalmente Pilar, la chica de la calle Almansa, quien con su mano estrechita, la misma que depositó en el mostrador las 60 pesetas del regalo, abotajó o embadajó el campano, que es como se dice en estos pueblos al complicado hecho de colgar el badajo de la anilla interior del campano, trabando anilla, castigaera, pasador y badajo.



     Y así volvió a sonar grave el campano montehermoseño, que fue uno de tres que oscilaron cadenciosos en los cuellos de la Galana, la Careta y la Cardenala en las tierras de Granadilla, allá por 1988, en un hato de vacas que unió amistades, las de Clemente y Jose y María Fernanda y Carmen y Mario.

     Pero estas son otras historias, de cosas igualmente pequeñas.